sábado, 10 de diciembre de 2011

El Otro en el Naufragio

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EL OTRO EN EL NAUFRAGIO
observó como el rostro de codicia del religioso afloraba aún más con el resplandor de la fogata en medio de la oscuridad. El Negro pensó que era increíble que estos hombres que lo rodeaban y que tan atentos lo escuchaban todas las noches no se cansaran de oírle. Él por lo menos ya estaba aburrido de escuchar siempre las mismas preguntas. Todos queriendo confirmar lo escuchado hasta el hartazgo y al mismo tiempo, todos buscando sonsacarle más información: querían oír las palabras que su misma ambición no les permitiría ni siquiera cuestionar.

¿En qué momento había comenzado a exagerar la historia de su caminata? ¿Cómo se había ayuntado con la leyenda de Cíbola y Quivira que Fray Marcos quería creer? ¿Simple venganza del esclavo que había vuelto de un largo naufragio, solamente para ser de nuevo regalado y enviado como guía en una nueva expedición?

¡Una ciudad de paredes de plata y techos de oro! Sin duda era una desmesura pero ¿Acaso importaba eso en medio de la geografía fantástica de una realidad que se negaba a transformarse? No, esas ciudades no las había visto él mismo, se lo habían relatado todos los indios con los que cruzaron su camino durante esos largos años: siempre señalaban que más allá estaban las grandes ciudades que los hombres blancos buscaban. Siempre más allá, más allá estaban esas paredes y techos de metales preciosos que brillaban todavía más, en medio de la oscuridad amenazante que los envolvía y más oscura que la piel del hombre que lo contaba. El tintineo metálico del oro resonaba ya en aquel hombre negro al mover sus cascabeles, y el aire daba vida a los abalorios y las plumas con las que adornaba sus brazos y sus piernas. La plata ya brillaba desde los platos de colores que ataba a su cintura, mientras El Negro permanecía agarrado siempre a un enorme calabazo cargado como estandarte.

Sí, en algún punto de su largo camino desde la Florida lo habían convertido, a pesar de él, en curandero. Si aceptó y refinó ese arte, fue más por conveniencia que por convencimiento. Pero fue hasta su regreso a tierra de cristianos y con el cuento con el que Marcos de Niza, recién llegado de Perú y seguramente alucinado por las aventuras y tropelías de Pizarro, embobó a medio mundo en la ciudad de Temistitan. Fue entonces cuando él decidió poner su saco de sal para fortalecer la historia que el religioso decía haber escuchado en las calles de la ciudad: un indio aseguraba haber visto de niño más allá, si, siempre más allá pensó el náufrago, siete ciudades con casas de techos de oro y paredes de turquesa, ¿En dónde? Allá, hacia Chicomoztoc que también es el lugar de las Siete Cuevas, hacia las infinitas tierras en donde quizá también esté el paso de Amian, un mítico reino del que habla Marco Polo el navegante en sus relatos. Y mientras el Negro hablaba en la penumbra de los campamentos durante la larga expedición al norte organizada con premura por el Virrey Mendoza y ganarle a la otra expedición. Porque esto de la conquista es asunto de empresa y capitanes emprendedores. Don Hernando de Cortés organiza su expedición por la costa del Mar del Sur; todos ya ven en esa tierra desconocida del norte, las grandes ciudades, calles alineadas con tiendas de orfebrería, casas con muchos pisos y portales adornados con esmeraldas y turquesas. “Vamos, que a mi perro seguro lo ataría con longaniza!” pensaba el extremeño aquel.



Vaya que no tienen alma estos cristianos. No solo me esclavizaron y me sacaron de mi tierra de nacimiento sino que luego me tiraron al mar como se tira un lastre inútil. Si sobreviví fue por mi fuerza, que no por la voluntad de Dorantes mi dueño infiel: tras de ocho años de travesía en los que serví de guía, portador, explorador de caminos y ayudante de curandero, apenas llegamos a la ciudad de Temistitan le pareció buena idea regalarme al Virrey Mendoza para desafanarse de volver a estas tierras y regresar a España él. No, no me dieron la merecida libertad que me gané con todos mis desvelos y ni siquiera logré quitarme el grito eterno del Negro aquel. Así, mientras camino desde Compostela por inexistentes caminos, y medio me comunico con los indios Pimas que nos guían quien sabe a dónde; me pregunto si acaso será bueno guiar a los cristianos para que conquisten esta tierra que a fin de cuentas es tan vasta y tan hermosa. Hermosa como sus mujeres a quienes tanto atrae mi cuerpo y mis andares, vaya que con ellas se puede ayuntar durante muchos días porque el fuego del placer las quema por dentro como a mi. Porque de qué me sirve el respeto y la deferencia de las que disfruto por parte de los blancos, si solamente es porque los llevo a donde se pueden hacer ricos. Para como son, seguramente apenas no me necesiten nadie se acordará de mi y volverán tirarme por la borda como el maldito Pánfilo de Narváez.

Hube de aprender no solamente el idioma de los hombres blancos, también aprendí el de los indios para que los náufragos se comunicaran con ellos a través de mí. También tuve que aprender a comer sus alimentos y luego traerlos a los blancos que desfallecían y sufrían todo ese tiempo, sobre todo aprendí, que yo siempre ocupaba el primer lugar en cuanto al peligro y el trabajo mientras siempre estaba al último en la escala de los hombres. No, este no es el camino por el que cruzamos las grandes montañas rumbo al mar, eso fue mucho más hacia el sur, pero estos indios insisten que es por aquí, ya tienen la medida de la codicia de los cristianos y les es muy fácil alejarlos de sus pagos. Cada vez que se les pregunta por las ciudades de oro y esmeraldas señalan que hacia allá, más al norte está todo lo que gusten ustedes y usía su majestad.

Un pensamiento lo iluminó repentinamente con la fuerza demoledora del descubrimiento interior: Lope de Oviedo había tenido razón, cuando a pesar de los ruegos de sus compañeros de naufragio, decidió quedarse a vivir con sus mujeres entre los indios de la Florida.

La Florida, el simple nombre le trae recuerdos sombríos. La Florida es la noche oscura y húmeda en la que bogan a ciegas sin manos suficientes para los remos, con la balsa haciendo agua y repleta de enfermos y heridos desfallecientes. Lo único que pide el Tesorero del Rey es compasión para la balsa en la que viajan los heridos, pero Narváez, jefe de la expedición, solamente se ríe. A la demanda de no abandonarlos a su triste suerte proporcionando algunos remeros sanos, responde lanzando al Negro al agua, no se veía nada más sino sus aterrorizados ojos mientras la noche se rompe con las risas de la soldadesca: la jerarquía de la piel se deshace de un esclavo hambriento y con su amo desmayado. Simple pragmatismo de conquistador empresario para aligerar la balsa.



Así me convertí en compañero de naufragio de Cabeza de Vaca, y con él y mi amo reencontrado después entre los indios, recorrí desde la tierra del Mal Hado hasta Culiacan en lo que pensamos era la Mar del Sur. Si, fui testigo y ayudante de sus milagros y curaciones, pero también participé de sus privaciones y sus fríos, sin dejar de lado las múltiples ocasiones en las que difícilmente hubieran sobrevivido de no haber sido por mi condición de esclavo; gracias a mi fuerza física, a mi intuición con las plantas de esta tierra y a mi comunicación con los indios, los árboles y los animales.

Así, luego de volver de esos largos ocho años de vagar por tierras desconocidas y en apoyo a las desmesuradas narraciones y ambiciones de los cristianos, heme aquí de nuevo, soy parte de la expedición que busca las doradas ciudades de Cíbola y Quivira. Quien otro para guía sino yo, Estebanico el Negro, convertido de momento en Capitán. Salvo que ahora, en esta segunda expedición, los blancos saben de mis poderes para hipnotizar a los indios y mi habilidad para hacer curaciones y magia; lo que no saben es que ya aprendí también a hacerlo a ellos. Esto es lo que he ganado al apoyar las historias desmesuradas de Cíbola y Quivira.

Al paso de los días y la continua marcha rumbo al norte, los acontecimientos se hilvanaron a su voluntad, como había aprendido a hacerlo entre los indios: moviendo algo dentro de su cuerpo para liberar el tiempo que él deseaba. El primero fue el hermano Honorato, otro religioso en la expedición, enfermó y hubo de dejarlo en Petatán. Luego, el codicioso e imaginativo fray Marcos, quien decidió quedarse en Vacapa y averiguar
según él con los indios los secretos de la tierra ; en realidad ahogado por la duda, el miedo y el cansancio que no lo dejan continuar. Muy orondo lo mandó seguir adelante, con orden de recorrer de cincuenta a sesenta leguas y detenerse si encontraba alguna población importante. Luego las cuidadosas instrucciones, repitiéndolas una y otra vez como si se tratara de un infante: enviar una cruz de un palmo con algún indio si se trata de un pueblo de tamaño considerable, de dos palmos si era grande y de mayor tamaño si acaso fuese mejor que las de la Nueva España.

Semanas después llegó un indio con una cruz enorme y le dijo al asombrado religioso que el Negro estaba en la primera de las siete ciudades de Cibola, distante unas 30 jornadas de allí. El codicioso franciscano se puso en marcha de inmediato. Por el camino él y los hombres de la expedición encontraron toda clase de informes fantásticos haciendo que las distancias se disolvieran entre sus deseos y las maravillas que escuchaban: las ciudades de Cíbola tenían efectivamente casas con techos de oro y sus habitantes se vestían con camisas de algodón ceñidas con cintas de turquesas, pero para alcanzarlas había que ir más allá de donde llegaba la mirada, más al norte. Así que el franciscano prosiguió, atravesó enormes desiertos y extensas llanuras, llegó hasta Nuevo México, llamado así porque este lugar era más rico que Temistitan. Finalmente, encontró a uno de los Pimas de regreso que acompañaban al Negro, les contó la prisión y ajusticiamiento del Estebanico por el rey de una de las ciudades de Cíbola. ¿La causa? Cuando el Negro dijo representar a los hombres blancos, según el Pima, les pareció una soberana estupidez viniendo esas palabras de quien venían: lo asaetearon a muerte, despedazaron su cuerpo y luego se lo comieron los indios principales.

Sobrecogido por la noticia de la muerte de Estebanico, el religioso encabezó unas rápidas exequias en memoria del esclavo que los había traído hasta aquí y afanoso, Fray Marcos decidió seguir adelante y así llegó a las proximidades de la primera de dichas ciudades. La contempló desde lo alto, sin atreverse a entrar en ella por temor a que lo mataran y que se perdiese la noticia de tan extraordinario descubrimiento. Más tarde escribiría al virrey: “No entré a Cíbola pero la he visto desde lejos; desde la cumbre del cerro a cuyo pie se extiende una ciudad hermosa y formidable, con sus casas de techos planos y sus muros de cal, piedra y canto. Los habitantes duermen en camas, usan arcos para la caza y la guerra, y por todas partes como material de uso corriente o como adorno, vense esmeraldas y turquesas....Usan vajillas de oro y plata, porque no tienen otro metal... el oro es de gran uso y más abundante que en el Perú...” y así por el estilo. Además le comunicó al Virrey que desde la altura del cerro había tomado posesión “en nombre de don Antonio de Mendoza, Virrey y capitán General de la Nueva España, de todas las siete ciudades y de los reinos vecinos de Totonteac, Acus y Marata...”.

Pero el franciscano sólo vio lo que quería ver: su propio espejismo, porque lo que a Fray Marcos le pareció más grande que la capital de México no era sino un pequeño y miserable poblado Zuñi y las paredes de adobe amarillento de las casas reflejaban el sol como si fueran planchas de oro. Tras bautizar el lugar como Nuevo Reino de San Francisco, el fraile volvió a México contando maravillas de tales ciudades, de esas que no se habían encontrado en todas las exploraciones por las Hibueras ni por la Florida.

El retorno de Fray Marcos de Niza a la ciudad de México fue apoteósico y sirvió para alimentar de nuevo las expectativas de mayores riquezas y también -hay que decirlo- almas para la conversión. Con rapidez fue organizada otra expedición que con gran pompa se dirigió una vez más hacia el norte, esta vez al mando de un cercano al virrey: Francisco Vázquez de Coronado. Para su desgracia, a medida que avanzaban según las indicaciones del religioso, se fue descubriendo que no había nada de riquezas y ni siquiera ciudades o indios que los ayudaran con víveres, convirtiéndo así la expedición en una pesadilla. Mandó de regreso al mitómano franciscano y prosiguió el viaje perdiendo cada día más las esperanzas de encontrar algo de valor.

Durante su exploración, los indios le dijeron que en Cíbola un negro había sido muerto y que un jefe indio tenía uno de sus perros, semejante a los que llevaban ellos. Cuando preguntó a un indio que había estado en Cíbola si allí había gente semejante a los españoles, le respondió que no, "excepto un negro que llevaba en los pies y en los brazos ciertas cosas que sonaban”. Más adelante Coronado decidió enviar tres grupos a explorar una mayor extensión del inmenso territorio, uno de esos grupos se dirigió hacia arriba del río Pecos. Ahí se encontraron con un indio de las llanuras al que apodaron El Turco "porque parecía uno", quedaron fascinados con sus cuentos sobre una increíble tierra rica que se hallaba más allá hacia el este, llamada Quivira. Las historias del Turco volvieron a traer la esperanza de encontrar grandes riquezas, pero la expedición tendría que esperar hasta la primavera. La tropa pasó el invierno en Tiguex en donde los indios al principio fueron amables, luego, su actitud cambió debido al abuso de los principios de hospitalidad y amistad por parte de los cristianos. Hubo enfrentamientos y los españoles mataron a los habitantes de un pueblo y obligaron a los indios a abandonar otros.

En la primavera de 1541 el ejército entero por fin se dirigió a Quivira guiado por el Turco. Luego de 40 días de marcha y sin hallar nada, Coronado ordenó regresar a Tiguex a la mayoría de su ejército, para seguir adelante él con tan solo treinta hombres. En Quivira volvió la desilusión cuando encontraron tan sólo casas de zacate y al descubrir por fin la gran mentira y el engaño de que habían sido objeto todos, desde el mismo Fray Marcos por parte del El Negro hasta ellos mismos con los cuentos de El Turco. Este confesó que la historia de Quivira era una conspiración de los indios para inducir a los cristianos hacia las llanuras con la esperanza de que murieran de hambre: cuando terminó su historia el Turco fue ejecutado. Coronado, con sus sueños de fama y riqueza destrozados, llevó a sus hombres de regreso a la Ciudad de México en la primavera de 1542.

Mientras tanto, a muchas leguas de ahí, a orillas del río Mayo, cuatro indias ayudaban a otra en su trabajo de dar a luz a un niño que llevaría el nombre de Aboray. El niño será mulato y tan alto como su padre. Este espera afuera de la choza mientras mata el tiempo con sus recuerdos, juguetea en sus manos con un cascabel atado a una pluma de colibrí, el último y único vestigio de su vida pasada, la que terminó el día que se puso de acuerdo con los indios Pimas que lo acompañaban para que lo dieran por muerto y para que siempre, ante las preguntas de los cristianos, señalaran al norte, siempre más allá. "Que se pierdan en donde nunca encontrarán ni oro, ni turquesas ni ningún estrecho que una los dos océanos. Solo hay que decirles que la riqueza, la que está bajo sus pies y que no quieren mirar, está más allá, siempre más allá..." El llanto de un recién nacido rompió no solo sus pensamientos, algo se movió en el interior de su cuerpo y le descubrió que ya no estaba él ahí o más bien, que ya no era él.

Al otro lado de la mar océano, una rudimentaria imprenta terminaba el primer ejemplar de un libro titulado Naufragios, el autor, Alvar Nuñez Cabeza de Vaca.


***

Decidió dejar el texto reposar antes de una última revisión, abrió su cuenta de twitter y comenzaron a fluir en la pantalla los gorjeos de la gente virtual:

@leeoMusic
Cría Kleenex® y te secaran los ojos.

hace 30 minutos


@ZombieMann: "Donde se compra el Alz-Heimer? Es para olvidarme de ti...”

hace 30 minutos


@Frank_lozanodr Te levantaré tus faldas de ortografía.

hace 28 minutos


@Arrobadora No sé ustedes, pero a mí se me figura que eso del 69 es pura mamada.

hace 25 minutos


@Endreus Yo abrazo tan fuerte los corazones que sin querer los rompo.

hace 20 minutos


De nuevo el corazón le dio un salto. La tuitera que tanto lo inquietaba parecía que le contestaba sus mensajes, pero no arrobaba y entonces dejaba en el aire la certeza de que fueran dirigidos él. No podía comprobarlo, pero algo le decía que sí era una respuesta dirigida a él.



@alekza Sería mejor decirte lo que siento en 140 posiciones, los caracteres qué.

hace 15 minutos



@alekza No hablo muchas lenguas me conformo con sentirlas.

hace 12 minutos


@alekza A mí ábreme las piernas, la puerta qué

hace 9 minutos


@alekza Yo soy la luz pero tu eres mi mi sombra preferida

hace 5 minutos


... de nuevo se topaba con esa tenue frontera entre el coqueteo y el "a ver quien se pone el saco", esa era una de las primera lecciones que aprendía en twitter: la impunidad de lo virtual, disfrazada de mayor comunicación. Y sin embargo, su intuición insistía: aquella muchacha había llegado en forma de mágica coincidencia, ese era el verdadero mensaje a descifrar.


La vida llena de experiencia amorosa no lo había vacunado, más bien le parecía una droga que ya no le podía faltar, el síndrome de abstinencia era apenas la nostalgia de lo que podía ser.


Cómo si el mundo virtual le respondiera, apareció en la pantalla un mensaje antes de que cerrara la máquina:


@JRobles_Mal Cría recuerdos y te sacarán nostalgia.

hace 10 minutos


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