jueves, 15 de diciembre de 2011

Hasta que la Muerte nos Repare

7


El asunto con la Guaracha había comenzado pocos años atrás en el negocio de comida. Un día la muchacha había ido con sus amigas a comer los famosos lonches y desde el primer momento había llamado la atención de Jaime. Lo primero que miró -y olió mientras servía personalmente la mesa- fue su cabello: largo, un poco rizado y de un negro intenso, luego, sus grandes ojos negros y brillantes: una mirada mortal por necesidad diría su padre. La Guaracha tenía un cuerpo pequeño y menudo, sin grandes ni llamativas curvas, pero la aparente fragilidad solamente le despertaban a Jaime más el deseo de conocerlo.


Aquella primera vez que la vio, ella estuvo ausente todo el tiempo que duró la comida del grupo de muchachas, de hecho, ni siquiera se fijó en él. Pero él sí. A partir de aquel día se dedicó a investigar desde su nombre hasta su domicilio. Se hizo el encontradizo y fue todo lo amable que pensó podía volverlo atractivo ante los ojos de ella. Insistió e insistió, ofreció raites a su casa y hasta ayudarle a conseguir trabajo, y por fin cuando aceptó ir al cine, a pesar de que ella todo el tiempo mantuvo su distancia, él sintió que había sido un gran triunfo. La muchacha aceptó el cortejo no para corresponder, sino por simple vanidad y cálculo: que “él creyera lo que quisiera” de su parte, ninguna obligación sentía ella.


Por su lado, Jaime descubrió una muchacha que con esfuerzo salía de una infancia de mucha pobreza y de un medio muy hostil y carente de cariño. Decidió no darle tanta importancia al hecho de que ella se dedicara solamente a provocar y cultivar la ansiedad en él. Su innegable atractivo se sustentaba básicamente en actuar a la defensiva, de manera tal, que la subyugación del pretendiente era la única manera aceptable para ella de relacionarse con los hombres. Jaime no fue inmune al letal veneno.


Desde el principio ella de dio cuenta de la atracción que ejercía, él no le atraía físicamente aunque le reconocía su inteligencia y sobre todo su persistencia. Pero tampoco iba a dejar de lado un enamorado casi gratuito y sobre todo acompañado de atenciones y galanteos a los que ella no estaba acostumbrada. “Habían sido siempre tan patanes y rudos los hombres a lo largo de su vida”, pero a pesar de que se sabía gustada y hasta podía reconocer la belleza de sus ojos, no se sentía contenta ni con su cuerpo ni con su talla. Las relaciones físicas le daban miedo y le provocaban bastante inseguridad, ahogando cualquier deseo o tímido intento de probar su cuerpo. Algo si tenía claro, no se iba a casar con un pobre y le gustaban los hombres blancos, no los morenos como ella misma. Fuertes para conquistarla y doblegarla, pero a fin de cuentas dominados para que terminaran haciendo lo que ella quisiera.


Ahí fue donde se torció el asunto de Jaime con ella. Desde el principio la Guaracha medio ocultó que tenía novio formal y le dio alas a Jaime, pero sin comprometerse nunca en algo más serio. Después, la perseverancia de él comenzó a derribar algunas barreras, pero siempre que parecía estar a punto de rendir la plaza, de pronto ella se lo sacudía y le hacía sentir que no le gustaba, que a fin de cuentas, no había la misma atracción que él sentía por ella.

Era tal su poder que Jaime aceptó convertirse en una especie de amigo confidente y medio novio, hasta que un día él descubrió su propia humillación y se alejó indignado, una indignación sobre todo consigo mismo. Un tiempo incluso la evitó decidido a sacársela del corazón y fue entonces que ella por fin pareció interesarse en él. Jaime decidió duplicar la apuesta y se resistió a sus insinuaciones un tiempo, pero cuando cedió, de nuevo ella lo pudo controlar. Iban y venían, él se alejaba exigiendo entrega total y ella sólo se acercaba para la reconciliación. En los sentidos de su memoria quedaron aquellas largas y oscuras tardes de invierno en las que había acariciado cada centímetro de la suave piel de la Guaracha, con esa música de fondo que trasmitía la radio gringa y que después descubriría era una música llamada blues. A la luz mortecina del quinqué, él terminaba de desnudarla para besar sus piernas y sus muslos, le acariciaba las nalgas y bebía de sus pequeños pechos y de su entrepierna. Era la Guaracha pequeña y ligera cabalgando su cuerpo desnudo contra el pantalón de él, porque los escarceos hasta ahí llegaban y ni siquiera daban para que él se quitara la ropa.

Luego, durante uno de aquellos alejamientos de Jaime y sin decirle nada, un día ella sorpresivamente se casó con otro, ni siquiera con el novio formal. Él se enteró de hecho por terceras personas. Ya para entonces Jaime había iniciado otra relación y le fue más fácil ver aquello como señal de que la Guaracha no tenía remedio. Lo último que supo de ella fue que se había ido a vivir a Ceballos con un ranchero de muchos recursos y que quería separarse de su esposo para irse a estudiar al otro lado de la frontera.

***

Fue por ese tiempo que Jaime comenzó a llevar al alemán por los desiertos parajes que rodeaban la zona lagunera y el Bolsón de Mapimí. Quería mostrarle los alrededores y seguir haciendo su pequeño negocio de guía, así que lo llevó a caminar por Ojuela un pueblito fantasma de pasado minero y luego le ofreció llevarlo hasta las dunas de Bilbao en el vecino Coahuila, pero una y otra vez Hubert le insistía en seguir explorando el Mapimí.



Él no entendía para qué, si los fierros retorcidos del Athene ya se los habían llevado los gringos y salvo un enorme y alargado hoyo como de ciento cincuenta metros dejado por la excavadora, no había nada más que ver, salvo la vegetación que rápidamente parecía marcar el lugar. Pero el dinero era dinero, así que lo llevó de ranchería en ranchería y de un aguaje a otro hasta que la camioneta de Jaime ya no pudo seguir por el lamentable estado del camino en la época de lluvias. A partir de ahí caminaron toda la tarde y apenas con el crepúsculo pudieron llegar a la cabeza de la pista con su deslavado número 20. Hicieron un corto descanso, tomaron algunas fotografías y luego prosiguieron hasta las faldas del cerro de San Ignacio. Ya en la penumbra montaron su campamento y cenaron alrededor del fuego, el resplandor desaparecía a unos cuantos metros de ellos para transformarse en noche.


Fue tal la emoción que mostró el rostro del alemán arrobado por aquella inmensidad, que el mismo Jaime sintió de una manera diferente su presencia en el lugar. Por primera vez en su vida había visto el cielo en su terreno, pero aquí,ue veían todo desde el espacio. Y decidicitaomo alekza que se colaban en sun TLevo entregaron sin pintar y elm piso no lo lo he lo vio de otra manera, salvo unas cuantas estrellas con las que en toda la región se orientaban, no conocía otras. El alemán le enseñó a identificar las constelaciones más visibles y a reconocer los planetas que asomaban en esos días en la inmensa bóveda del cielo tachonado del desierto. Hubert le explicó que las luces intermitentes que se veían cruzar lentamente eran jets, las continuas y veloces eran los satélites que veían todo desde el espacio. Luego, poniendo una frazada en el suelo y acostándose en ella, le enseñó la paciencia recompensada por las mágicas estrellas fugaces que le daban movimiento al cielo. Jaime quedó atrapado por ese cielo que parecía estar al alcance de la mano o quizás si lo estaba –pensó- y por eso aquellas narraciones le sonaron como las de la creación del mundo que escuchara un lejano día, leídas de la Biblia y en voz del cura de su pueblo, palabras de las que él nunca había entendido gran cosa sino hasta ahora, maravillado por todo lo que se veía en el cielo.


Aquel inmenso cielo, la inmensa bóveda celeste que le pareció estaba al alcance de la mano, se convirtió a lo largo del camino de regreso del desierto, en una percepción más grande de la naturaleza que lo rodeaba. En la larga y terregosa recta que se extendía hasta el aguaje, lo primero que notó fue el extraño color morado de los nopales del coyotillo. Poco más adelante, detectó los lentos movimientos de una gran tortuga de tierra, tan lentos que por primera vez apreció los patrones triangulares de su caparazón. La última sorpresa que se llevó, fue el descomunal tamaño de una tarántula que asustada, corrió a esconderse entre las piedras cuando se bajó de la camioneta para examinarla de cerca. Todo ello fue motivo de largas pláticas con el alemán hasta llegar a Torreón. Supo que no eran las exageraciones conscientes de sus cuentos, sino recuerdos reales de su visita en aquel extraño lugar-


Luego de aquella visita del alemán, de nuevo sintió Jaime que el éxito se hacía más patente. Si bien los sueños compartidos con el explorador extranjero no se concretaron, el dinero fluyó a sus bolsillos y los socios se peleaban un lugar junto a él. En algún momento incluso estuvo a punto de comprar el establecimiento más tradicional de Ciudad Jardín; la Nevería Chepo. El cambio en su vida material pareció acelerar el tiempo y pronto no sólo edificó una casa en el terreno y plantó setos, también trazó una arboleda y varios senderos de gravilla; nombró a la finca: Las Pléyades.


Al éxito material, varios años después se sumó un día el súbito regreso de la Guaracha a su vida. Se le presentó en la lonchería y sin decir gran cosa se lo llevó a un hotel en la ciudad. Se metieron en un edificio de dos plantas, construido de ladrillo rojo y con la esquina redondeada, la planta baja era la entrada y arriba una habitación con ventana a la calle. Pidieron un cuarto y les dieron precisamente el que tenía la pared curva y cuyas cortinas dejaban ver los destellos del letrero vertical anunciando el Hotel Monárrez.


La Guaracha volvía mucho más madura, ya había probado la carne y ahora si parecía disfrutar del ayuntamiento con el hombre. Le dijo que extrañaba sus manos deslizándose entre sus muslos, que un día se había excitado tanto con el recuerdo de sus dedos morenos y flacos, que se había masturbado en el baño mientras en la recámara su marido roncaba en el lecho nupcial. Primero se hicieron asiduos a ese hotel, luego por discreción, se fueron turnando en otros. En ocasiones se veían y se iban a caminar por las arboledas de la Plaza Principal, simplemente a platicar al pie del Reloj Turco, ahí él hacía mucho tiempo, le había prometido que llegaría el día que le bajaría las herraduras que lo coronaban. Y la Guaracha rebozaba de halagada y de seguridad que de nuevo lo tenía bajo su control.


Jaime por su parte, de nuevo había sucumbido totalmente a los encantos de la Guaracha y también comenzó a perder sus inhibiciones. Le contó sus deseos secretos y ella feliz se los cumplió vistiendo ropa interior con encajes, de color blanco, vistiéndose y desvistiéndose frente a él y dejándose ver durante largos ratos por la extasiada mirada de Jaime. Aunque nunca le dijo que cuando lo hacía ella era una otra, que estaba con otro nombre y viviendo en otro lugar.


Pasó el tiempo volando y a lo largo de cuatro años, cada vez que el marido de ella tenía que viajar -lo cual era seguido-, ella le hablaba y se veían lo mismo en Torreón que en la ciudad de Durango o en Gomez-Palacio. Jaime por su parte comenzó a descuidar sus negocios, obsesionado por aquella mujer que ahora, si bien se le entregaba, dejaba en claro que nunca se casaría con él. Por la misma razón, nunca la llevó a la finca, y aunque ella la quería conocer, él fue terminante: solamente la llevaría y entraría como la señora de la casa y de ninguna otra forma. Semanas después ella no llegó a una cita y fue entonces que descubrió que no tenía manera de localizarla. Al paso de los días sumido en la desesperación comenzó a beber y se hizo asiduo visitante de cantinas y burdeles, ahí fue donde trató de ahogar la memoria de la Guaracha.


Un día decidió buscarla en Ceballos, no sabía sino que vivía con su marido en un rancho de los alrededores y decidió indagar. De nuevo tomó la vieja carretera que en un instante había cambiado su vida muchos años atrás, cruzó la larga recta de la carretera a Jiménez y tomo la desviación a Ceballos. Vagabundeo toda la tarde sin poder averiguar nada y terminó en un bar que le dijeron funcionaba durante el día a toda hora, y clandestinamente toda la noche. Sin saberlo, cruzó de nuevo aquel instante en donde avizoró la muerte y había retornado del otro lado del velo.


Pasaron muchas horas y Jaime ya estaba bastante mareado, pensó que no debía regresar manejando solo y de noche hasta Ciudad Jardín, con las hipnotizantes rectas del camino. Decidió seguir tomando y dormir en su camioneta. En algún momento de la noche y sin saber cómo, hizo migas con un vato que estaba tomando también en una mesa solo y comenzaron a compartir botellas, aventuras y una que otra pena. Tampoco supo en qué momento su añoranza más secreta se volvió palabras y su voz se soltó dando rienda suelta a las imágenes de su deseo y la suavidad de la piel de aquella ingrata. Contó con rabia contenida de su largo galanteo y accidentada conquista, así como el humillante pero placentero papel de amante esporádico a lo largo del último año, y ya encaminada la tercera botella Jaime sin darse cuenta soltó el nombre de la Guaracha. El hombre con el que compartía sus cuitas continuó escuchando. Solamente si alguien estuviera observando a ambos hombres a cierta distancia hubiera notado las miradas de acecho y el irremediable fin que se acercaba. Baste decir que al otro día Jaime no volvió a Ciudad Jardín ni a sus negocios ni a su finca, porque sus restos desaparecieron tras unas horas de viajar en la cajuela de un auto dando tumbos por una infame brecha del desierto del Mapimí: en Durango las cornamentas se pagaban caras.


Sus botas quedaron tiradas al pasar San Juan Cañitas, los gastados pantalones de mezclilla y el tejano, por las Glorias; de ahí hasta Carrillo, se fueron desperdigando la cartera vacía y sus llaves. Era de mal gusto dejarlo cerca del aguaje pero por el cansancio, a unos cuantos kilómetros del Cerro de San Ignacio, fue enterrado al pie de un cactus de color violáceo y junto al esqueleto calcinado por el sol de una tortuga gigante… Arrancó el motor de su camioneta estacionada bajo un árbol en Ceballos y el movimiento hizo sonar la pequeña sonaja que le habían regalado unos ancianos indios tiempo atrás, en una perdida ranchería del desierto por el ejido de las Flores, … el Doble soltó el embrague y pisó el acelerador para alejarse. Muchos años después Los príncipes del Desierto compusieron un corrido en honor de Jaime … Una pequeña piedra solitaria en la cima de una colina frente al cerro de San Ignacio, le descubrió al Zonero, que aquí habían comenzado todas las historias de la Zona del Silencio.

***

¡NO mame doctor! Para qué quiere que cuente del diez hacia atrás?! … está bien, con tal de que no me vuelva a picar de nuevo con su pinche aguja!.... diez…. nueve… ocho… mi número favorito, quién decía que era el número del infinito… Y ese fue su último recuerdo en plena conciencia. Luego, el flujo de recuerdos en el que se mezclaba la insatisfacción de su vida actual, y la riqueza y variedad de recuerdos y vivencias que sin saber cómo estaba segura de haber vivido, pero ni idea de cómo ni cuándo había sido eso. Y entre el recuerdo de esas dos vidas, de nuevo surgió la persona que podía vincular y explicar esas vidas de una manera tal que la asustó: huyó hasta de la simple posibilidad de platicar con él viéndole a los ojos.



Él no le había pedido más, pero ella prefirió refugiarse en la seguridad y en el orgullo de nunca haberle dirigido ni una palabra o muestra de afecto por todas sus palabras y señales de amor y comprensión que le había prodigado en los pasados meses. Alexa se sintió fuerte, supo que había vencido. Una lágrima corrió por su hermoso rostro y se perdió en el pelaje del gatito dormido sobre sus piernas.


Escribió en su inseparable Black Berry:


@alekza No son lágrimas, es agüita sabor tristeza.


@alekza A veces sí quisiera estar completamente sola, a ver si así me encuentro.


Decidió no abandonarse a los pensamientos tristes. Intuyó que a pesar de no seguirse, él podía estar leyendo su time line. Sin pensarlo mucho borró los tuits que había escrito durante los días en los que se había sentido enamorada de él:


@alekza Hoy no es mi día, ni tu día; es nuestro día.


@alekza No es el fin del mundo, es el principio de otro.


***


Era una enorme ave, quizás un águila que le devoraba el cuerpo y luego escupió su conciencia como una semilla sobrante: simples restos de un bocado de un delicioso fruto. De pronto vio algo que pensó era la luz del quirófano, luego una poderosa mano: el recuerdo de su nacimiento asfixiado y vuelto a la vida por una enfermera. No había tiempo pero a lo lejos, la vio a ella en un proceso similar: Alexa estaba muy asustada y se resistía a ser un bocado. Miró el rostro bello de su alma y trató de calmarla, sabía que era Alexa, tenía el mismo brillo en sus ojos que siempre había percibido él y que tanto lo había atraído; se había grabvado esda belleza antes de perder la vista por completo. No supo cómo, pero sus palabras lograron calmarla y apenas pudo le preguntó "¿Cómo llegaste aquí? ¿Qué hicimos para encontrarnos aquí? Si tú te perdiste de mí". Ella solamente le contestó: "Te lo dije un día, hasta que la muerte nos repare."


… el Colibrí de la Izquierda cansado del camino y sediento de ella, llegó hasta la isla en medio de Aztlan. Subió al cerro donde vivía Coatlicue y una vez ahí, acunándose entre sus brazos le dijo: ya estoy aquí madrecita, tu hijo ha regresado al hogar!...


miércoles, 14 de diciembre de 2011

Zona de Penumbra

6

EN LA ZONA DE PENUMBRA era donde todo había cambiado, esa fue la noche del choque en la carretera. Salvó la vida de milagro y el estado en el que quedó la troca no lo desmentía. Obligado durante varias semanas a esperar la reparación de su camioneta se descubrió sin darse cuenta, caminando como impelido a ver el horizonte. Fue en esa observación de los atardeceres inmensos y el frío amanecer de Gomez-Palacio, que se le ocurrió la idea de darle uso a aquel terreno que le había heredado su padre y que él, en su desinterés juvenil y viajero, había dejado abandonado.


Pidió prestada una troca a un conocido y se fue a localizar la olvidada herencia. Ya en el lugar le llegaron los borrosos recuerdos acompañando a su padre a visitar el lugar. Una montaña a su derecha que rompía la inmensa planicie y una represa un poco más abajo, en donde terminaba el camino, le decían algo a su cuerpo. Pasó buena parte del día localizando las mojoneras y los accidentes del terreno que marcaban los linderos. Ya de regreso, se sintió contento y hasta olvidó el cansancio de haber removido la maleza con machete y limpiado y nivelado con pico y pala unos cuantos metros cuadrados. Fue como poner pie en el lugar.


En las siguientes semanas lo mandó limpiar y construyó una alambrada. Luego contrató un pocero para la excavación de varios metros en busca de agua y él mismo tomó de nuevo la pala y el pico para participar en esa búsqueda que luego de los quince metros le dio resultados. A la siguiente semana escogía en un vivero, árboles para sembrarlos en el inmenso terreno cubierto de chaparral y vegetación propia de la zona.


Con la camioneta ya reparada, sus visitas se hicieron más frecuentes y le permitieron apreciar el lugar y sus espectaculares cielos estrellados, acampando una noche lo descubrió. Al paso de los meses ya tenía una pequeña bodega en donde guardaba herramientas y materiales. Luego comenzó a buscar un maestro de obra que le diera suficiente confianza como para encargarle la construcción de una cabaña. Así, lo que había avizorado pocos días después de su accidente en la carretera, se convertía en realidad poco a poco y sin que él tuviera plena conciencia de lo que estaba sucediendo.


De forma similar, se encontró desarrollando nuevos bríos en su espíritu comercial, comprando y vendiendo los más disímbolos objetos y metiéndose a lejanas rancherías en medio del desierto del Mapimí, allá eran auténticas novedades las cosas más simples y sobre todo le dejaban una buena utilidad. Sus ganancias comenzaron a crecer y contra la costumbre, ni se le fue en pisteadas con los amigos ni en la preparación para irse al otro lado. En realidad, lo que ocupaba su pensamiento era hacer crecer y producir la tierra para algún día hacer un negocio mayor.


De alguna manera aprendió a no esperar que la gente fuera o pensara como él, de hecho descubrió y terminó por aceptar que la mayoría de la gente lo hacía de una manera completamente diferente. Su descubrimiento no fue fruto de la meditación sino resultado de su vida cotidiana. Trabajaba en serio para colonizar aquel terreno, lo mismo haciendo viajes con su camioneta para comerciantes y rancheros, que transportando cerdos de las granjas al matadero. Algo difícil de olvidar porque el desagradable olor que dejaban los cerdos se le impregnaba desde la piel hasta los huesos. Los pantalones vaqueros traídos del otro lado se consumían en poco tiempo, desgastados por el clima y el trabajo cotidiano en los campos del norte. “Aquí no se puede uno sentar a esperar a que la fruta caiga del árbol. Aquí, si no trabajabas tu tierra y te preparas para el invierno no sobrevives cabrón” se decía, mientras descargaba materiales y mercancía de su troca. Así se pudo hacer de otro vehículo a buen precio, para casi inmediatamente cambiarlo por otro mejor y luego ya tenía otros dos.


Un conocido le pidió prestado para rentar un local y vender lonches. En su lugar, él se hizo socio y con su simpatía atrajo aún a más clientes, por no mencionar que para las mujeres también fue un imán y ellas a la vez atraían a más clientes. El lugar creció y comenzaron a pensar en poner otro allá en Lerdo y luego quizás otro en Torreón. Y todo aquello no era el resultado de algún cuidadoso o meditado trazo de planes, era más bien el acto de realizar y conseguir lo que intentaba.


Un día recordó un sueño de su infancia. Un sueño que de diferentes maneras había cruzado a lo largo de toda su juventud: la imagen de una casa con porche, frente a un lago y rodeado de árboles. Ahora que de alguna manera lo había hallado, sintió que era como la confirmación de la realidad de su recuerdo. Fue entonces que descubrió la manera en la que se había comenzado a conseguir los recursos para colonizar y arreglar aquel enorme terreno. No supo porqué, pero en el tiempo lo asoció con el momento cuando había chocado en la carretera, un instante quizás de distracción o de sueño en ese punto perdido en los límites de su natal Durango y el estado de Coahuila. El cuerpo se le estremeció con el recuerdo.

***


Todo había sido como uno de esos raros destellos en la oscuridad de la noche, por lo menos algo muy parecido a lo que se decía y se imaginaba la gente en esos días cuando el hombre recién había llegado a la luna. Cualquiera que escuchara las noticias o viera la televisión podía imaginarse algo, si el Apolo 13 por poco se quema en el espacio, ¿Por qué no podía una nave espacial de los gringos estrellarse en aquella inmensidad? Una inmensidad que solo los geólogos se atrevían a datar: muchos millones de años atrás había sido el lecho marino del Mar de Tethis.



El 13 de julio el estrepitoso megáfono a vuelta de rueda anunciaba la gran noticia local: Jaime compró el diario de Durango atraído por la primera plana: “El cohete de EU cayó cerca de Ceballos”. En unas cuantas líneas daba cuenta de que un cohete había perdido el rumbo durante un experimento en Nuevo México para caer en este lado de la frontera. En los siguientes días mientras visitaba las rancherías perdidas en el desierto vendiendo su mercancía, Jaime fue recabando información de aquel destello en la lejanía acompañado por un enorme estruendo, según le contaron los campesinos de San Felipe. Unos pensaban que había sido un meteorito, para otros, una típica tormenta eléctrica en el desierto. El asunto ya comenzaba a ser olvidado al paso de los días; seguramente se hubiera borrado por completo de no ser por la llegada de militares provenientes de la X Zona Militar de Chihuahua al mando del coronel Vázquez.


A pesar de su presunto deseo de discreción, el terreno a explorar era tan vasto que no tuvieron más remedio que recurrir a campesinos y pastores para que ayudaran a localizar los restos del artefacto extraviado. La maldita nave militar había sido lanzada desde una base militar en Green River en la lejana Utah, rumbo a White Sands en Nuevo México; sin razón aparente decidió de pronto seguir su vuelo hasta el otro lado de la frontera y perderse en esa zona desértica compartida por tres estados méxicanos. Dos semanas después fueron localizados entre la laguna de Palomas y el rancho Santa María en Chihuahua. Las notas en la prensa fueron cortas pero dieron pie a los rumores y luego a las afirmaciones convencidas incluso de quienes no habían visto siquiera el destello. A los pocos días hubo quienes con verosimilitud, ya contaban de la nave cayendo en llamas para perderse en el desierto.


Comenzaron en las ciudades capitales y las lujosas oficinas de gobierno los arreglos diplomáticos, técnicos y militares que permitieran recuperar los seguramente hierros retorcidos y equipos carbonizados del Athene, como se llamaba la nave extraviada. Mientras tanto, la curiosidad de Jaime pronto dio paso a su participación directa en el asunto y fue precisamente su grupo de exploradores quienes localizaron el misil perdido, con la proa enterrada entre la arena y en un remoto paraje al que solo se podía acceder por infames brechas conocidas por los lugareños. Fue Jaime quien primero como voluntario explorador tuvo la ocurrencia de organizar un grupo que "cuidara" los restos. Muy pronto ya estaba formada una fuerza local encargada de proteger el misil de ladrones y buscadores, lo encabezó Jaime a quien al poco tiempo todo mundo se dirigía como “capitán”


Apenas llegaron los gringos advirtieron de posibles y misteriosos peligros, potenciales radiaciones y mefíticos humos que saldrían de aquel aparato si alguien se exponía a ellos sin la protección adecuada. Con una rapidez inaudita y un despliegue técnico nunca visto en la región, los gringos construyeron -trabajando noche y día- una pista aérea en medio del desierto para bajar sus equipos de comunicación, luego, treinta kilómetros de una vía de tren que comunicó el improvisado campamento con un ramal de la vía de ferrocarril que atravesaba cerca de Carrillo. Para Jaime fue buen negocio llevar y traer algunos víveres y avituallamiento para los constructores y soldados.


Luego, con la misma rapidez excavaron, empaquetaron y trasladaron los restos de la nave y sus instrumentos, cargaron todo por aire y tierra llevándose hasta la arena del lugar y buena parte de los durmientes y restos de la construcción. A partir de ese momento no fue difícil para Jaime alimentar los rumores y aderezarlos con su rica imaginación de ranchero, en la búsqueda de hacer negocio y construir su sueño. Pocos habían estado tan cerca de todo el asunto, así que fue fácil cuando los visitantes comenzaron a llegar: curiosos buscadores de ovnis y periodistas deseosos de aumentar el tiraje local, enviando notas a la capital con fotos de botellas de cocacola como prueba de la presencia militar yanqui. Todos interesados en platicar con el jefe de aquel grupo de vigilantes y guías de la zona, con “el Capitán” que había encabezado ese extraño grupo autodenominado “los rurales” y se había anotado el triunfo de localizar las nave.


La historia que Jaime había escuchado dos años atrás en Allende en los límites con Chihuahua, sobre un meteoro que también cayera en el desierto, pronto se convirtió en su relato, en una piedra espacial "inteligente" que demostraba las virtudes magnéticas y misteriosas de esa zona del desierto. Afirmaba con lujo de detalles que el tal meteorito había esquivado un satélite de los rusos, luego había dado una vuelta al mundo para finalmente aterrizar en el Mapimí. Curiosamente, pocos pusieron en duda lo que Jaime contaba y si bien muchos lo creían por ignorancia, eran mucho más quienes quedaban seducidos por aquel hombre, cuya piel morena requemada por el sol de las tierras del norte revestía un agradable rostro mestizo de ojos oscuros con mirada inquisitiva y soñadora. Para ese entonces, ya convencía a la gente sin que esta se diera cuenta.


Los restos de la excavación las vías del tren y la pista, al paso de los meses ya comenzaban a ser cubiertas por la arena, y Jaime y sus muchachos retomaban sus actividades en Lerdo y Torreón pasada la novedad del cohete perdido en el desierto, cuando llegó el alemán. Hubert Gross era el rubicundo hombre que confirmó otra faceta de las habilidades de Jaime aprendidas como comerciante: intuir lo que la gente desea y luego decirles lo que quieren escuchar.


El alemán aquel era un enamorado del país que trataba de recorrer y conocer hasta los últimos rincones de México, buscando lugares que casi nadie conociera. Era un explorador en la mejor tradición del barón de Humboldt. El fruto de sus primeros viajes fue la fundación de una revista para divulgar un México Desconocido: rudimentarias fotografías de viajero pero lo suficientemente atractivas, con algunos textos que intentaban retratar el color local y sobre todo, un anzuelo para los espíritus libres de la juventud posterior al 68 y que comenzaban a recorrer el país en vochitos y casas de campaña.


A Jaime le pareció extraño que sin conocerlo, el alemán llegara preguntando por él ¡A él mismo! Lo sintió como un gringo inocentón aunque con su tamaño le decía que tampoco se podía jugar con él. Luego le pareció chistoso que viera encanto y belleza en aquel desierto. En todo caso se abrió de ánimo para ver lo que el extranjero veía, en aquello que para Jaime era su mundo cotidiano. Al calor de la cerveza, que el alemán no se cansaba de comparar con la de su tierra, la charla fue caminando entre curiosidades y lugares del rumbo poco conocidos, lo que dio pie a que ambos imaginaran y compartieran la vista maravillada de un sitio turístico: los pequeños y grandes negocios que podían florecer, el cambio que podía significar dar empleo a aquellos labriegos empobrecidos y dejados por la industria minera que había existido hacia mucho en la región. Con más cálculo que inocencia, Jaime vio como los pequeños trozos de metal, los meteoritos de los que hablaba el alemán y que abundaban en el desierto, se convertían en guías, viajes y comidas, en pepitas de oro para la venta a turistas y visitantes, y por qué no, hasta un hotel para recibirlos. Para Jaime era su rancho pero sobre todo, se abría la posibilidad de ser ofrecidos a la Guaracha para que se casara con él. Porque si algo era definitivamente importante para él era la Guaracha, y para la Guaracha, algo era muy importante: el dinero.

***

Al terminar de leer las menciones, los mensajes directos y los últimos 15 minutos de su TL, llegó a la conclusión de que tendría que aprender más rápidamente los códigos de comunicación de esto que llamaban las redes sociales.


Pensó que se podía interactuar con aquellos a quienes decidió seguir, pero un famoso historiador y politóogo le hizo ver que el “aquí todos somos iguales” mantenía el típico “pero unos somos más iguales que otros”: el señor solamente seguía e interactuaba con sus amigos. "Pero si eran los mismos que veía en conferencias, cenas y viajes de turismo académico ¿qué de nuevo podían decirse en twetter?" se preguntó a sí mismo.


También se sorprendió cuando repentinos flirteos femeninos no iban más allá de las 48 horas, y que los besos y amores que posteaban muchas tuiteras eran tan banales como estereotipados: le pareció como el hablar “con papas en la boca” que se le atribuía los estudiantes de cierta universidad privada: tópico de comportamiento social convertido en política correcta. Una buena manera de hacer presencia sin riesgo alguno, pero tan falso como el status aquel.


Por las noches aquello cambiaba. Era cuando se ponía su traje de explorador y se metía a la selva informática de los geeks y los noctívagos. Por allá una Maquibélica que bien a bien él no entendía porque había comenzado a seguirlo y mucho menos porqué no lo había dejado de seguir: muy poco en común y ella no se dignaba interactuar. Estaba el grupo de los ingenieros, los apasionados de destripar los objetos y descifrar las configuraciones del software o las novedades del hardware; eran como sus colegas del siglo XIX: en la frontera del mundo conocido y felices con la riqueza de lo inexplorado.

Destacaban los poetas vampiros y darketas de rostros maquillados que en algún momento se resbalaban con el empaque usado de un gansito en su territorio. Estaba obviamente el agente de seguridad nacional en los chequeos acostumbrados y de rutina para detectar cualquier amenaza potencial a la seguridad nacional. No podía faltar el provocador disfrazado de camarada y casi siempre con el discurso más radical para embaucar incautos: infiltrarse en la red era más fácil que en los viejos tiempos de la represión y el clandestinaje.


Cuentas falsas con nombres en doble sentido y que maltrataban a sus enemigos sin clemencia: de la violencia verbal construían sus grandes bases de seguidores. Tantos, como la ternura inspirada por los incautos, los “tontos útiles” como les llamó uno de sus santos varones, la carne de cañón tan indispensable para el motín y la revolución: el coro y el público que mira extasiado al Bailarín que desde el escenario le avienta al mundo su superioridad moral. En contraste, encontró -a pesar de lo escaso- algunas luces intelectuales y de espíritu, sólo que antes se le atravesaron las amazonas de aquel mundo fantástico de la twitter: las tuiteras como alekza que se colaban en su TL en un coqueteo tan virtual como mortal:

@alekza ya deberías dejar que te complicara la vida tantito #NoTeVaaDoler

hace 5 minutos

este no traía arroba, pero lo había subido inmediatamente de un mensaje escrito a ella, y apenas se trató de acercar, ella escurrió el bulto hábilmente:

@alekza El problema conmigo es que no se escucharme, me confundo y la verdad es que no sé qué es lo que quiero, ni lo que espero.

hace 2 minutos

Luego de protestar airadamente vía DM, ella le dio su e-mail y concertaron una cita. Pasaron su primera noche juntos, en una larga plática de 7 horas vía skype!


(próxima entrega: hasta que la Muerte nos Repare)

sábado, 10 de diciembre de 2011

El Otro en el Naufragio

5

EL OTRO EN EL NAUFRAGIO
observó como el rostro de codicia del religioso afloraba aún más con el resplandor de la fogata en medio de la oscuridad. El Negro pensó que era increíble que estos hombres que lo rodeaban y que tan atentos lo escuchaban todas las noches no se cansaran de oírle. Él por lo menos ya estaba aburrido de escuchar siempre las mismas preguntas. Todos queriendo confirmar lo escuchado hasta el hartazgo y al mismo tiempo, todos buscando sonsacarle más información: querían oír las palabras que su misma ambición no les permitiría ni siquiera cuestionar.

¿En qué momento había comenzado a exagerar la historia de su caminata? ¿Cómo se había ayuntado con la leyenda de Cíbola y Quivira que Fray Marcos quería creer? ¿Simple venganza del esclavo que había vuelto de un largo naufragio, solamente para ser de nuevo regalado y enviado como guía en una nueva expedición?

¡Una ciudad de paredes de plata y techos de oro! Sin duda era una desmesura pero ¿Acaso importaba eso en medio de la geografía fantástica de una realidad que se negaba a transformarse? No, esas ciudades no las había visto él mismo, se lo habían relatado todos los indios con los que cruzaron su camino durante esos largos años: siempre señalaban que más allá estaban las grandes ciudades que los hombres blancos buscaban. Siempre más allá, más allá estaban esas paredes y techos de metales preciosos que brillaban todavía más, en medio de la oscuridad amenazante que los envolvía y más oscura que la piel del hombre que lo contaba. El tintineo metálico del oro resonaba ya en aquel hombre negro al mover sus cascabeles, y el aire daba vida a los abalorios y las plumas con las que adornaba sus brazos y sus piernas. La plata ya brillaba desde los platos de colores que ataba a su cintura, mientras El Negro permanecía agarrado siempre a un enorme calabazo cargado como estandarte.

Sí, en algún punto de su largo camino desde la Florida lo habían convertido, a pesar de él, en curandero. Si aceptó y refinó ese arte, fue más por conveniencia que por convencimiento. Pero fue hasta su regreso a tierra de cristianos y con el cuento con el que Marcos de Niza, recién llegado de Perú y seguramente alucinado por las aventuras y tropelías de Pizarro, embobó a medio mundo en la ciudad de Temistitan. Fue entonces cuando él decidió poner su saco de sal para fortalecer la historia que el religioso decía haber escuchado en las calles de la ciudad: un indio aseguraba haber visto de niño más allá, si, siempre más allá pensó el náufrago, siete ciudades con casas de techos de oro y paredes de turquesa, ¿En dónde? Allá, hacia Chicomoztoc que también es el lugar de las Siete Cuevas, hacia las infinitas tierras en donde quizá también esté el paso de Amian, un mítico reino del que habla Marco Polo el navegante en sus relatos. Y mientras el Negro hablaba en la penumbra de los campamentos durante la larga expedición al norte organizada con premura por el Virrey Mendoza y ganarle a la otra expedición. Porque esto de la conquista es asunto de empresa y capitanes emprendedores. Don Hernando de Cortés organiza su expedición por la costa del Mar del Sur; todos ya ven en esa tierra desconocida del norte, las grandes ciudades, calles alineadas con tiendas de orfebrería, casas con muchos pisos y portales adornados con esmeraldas y turquesas. “Vamos, que a mi perro seguro lo ataría con longaniza!” pensaba el extremeño aquel.



Vaya que no tienen alma estos cristianos. No solo me esclavizaron y me sacaron de mi tierra de nacimiento sino que luego me tiraron al mar como se tira un lastre inútil. Si sobreviví fue por mi fuerza, que no por la voluntad de Dorantes mi dueño infiel: tras de ocho años de travesía en los que serví de guía, portador, explorador de caminos y ayudante de curandero, apenas llegamos a la ciudad de Temistitan le pareció buena idea regalarme al Virrey Mendoza para desafanarse de volver a estas tierras y regresar a España él. No, no me dieron la merecida libertad que me gané con todos mis desvelos y ni siquiera logré quitarme el grito eterno del Negro aquel. Así, mientras camino desde Compostela por inexistentes caminos, y medio me comunico con los indios Pimas que nos guían quien sabe a dónde; me pregunto si acaso será bueno guiar a los cristianos para que conquisten esta tierra que a fin de cuentas es tan vasta y tan hermosa. Hermosa como sus mujeres a quienes tanto atrae mi cuerpo y mis andares, vaya que con ellas se puede ayuntar durante muchos días porque el fuego del placer las quema por dentro como a mi. Porque de qué me sirve el respeto y la deferencia de las que disfruto por parte de los blancos, si solamente es porque los llevo a donde se pueden hacer ricos. Para como son, seguramente apenas no me necesiten nadie se acordará de mi y volverán tirarme por la borda como el maldito Pánfilo de Narváez.

Hube de aprender no solamente el idioma de los hombres blancos, también aprendí el de los indios para que los náufragos se comunicaran con ellos a través de mí. También tuve que aprender a comer sus alimentos y luego traerlos a los blancos que desfallecían y sufrían todo ese tiempo, sobre todo aprendí, que yo siempre ocupaba el primer lugar en cuanto al peligro y el trabajo mientras siempre estaba al último en la escala de los hombres. No, este no es el camino por el que cruzamos las grandes montañas rumbo al mar, eso fue mucho más hacia el sur, pero estos indios insisten que es por aquí, ya tienen la medida de la codicia de los cristianos y les es muy fácil alejarlos de sus pagos. Cada vez que se les pregunta por las ciudades de oro y esmeraldas señalan que hacia allá, más al norte está todo lo que gusten ustedes y usía su majestad.

Un pensamiento lo iluminó repentinamente con la fuerza demoledora del descubrimiento interior: Lope de Oviedo había tenido razón, cuando a pesar de los ruegos de sus compañeros de naufragio, decidió quedarse a vivir con sus mujeres entre los indios de la Florida.

La Florida, el simple nombre le trae recuerdos sombríos. La Florida es la noche oscura y húmeda en la que bogan a ciegas sin manos suficientes para los remos, con la balsa haciendo agua y repleta de enfermos y heridos desfallecientes. Lo único que pide el Tesorero del Rey es compasión para la balsa en la que viajan los heridos, pero Narváez, jefe de la expedición, solamente se ríe. A la demanda de no abandonarlos a su triste suerte proporcionando algunos remeros sanos, responde lanzando al Negro al agua, no se veía nada más sino sus aterrorizados ojos mientras la noche se rompe con las risas de la soldadesca: la jerarquía de la piel se deshace de un esclavo hambriento y con su amo desmayado. Simple pragmatismo de conquistador empresario para aligerar la balsa.



Así me convertí en compañero de naufragio de Cabeza de Vaca, y con él y mi amo reencontrado después entre los indios, recorrí desde la tierra del Mal Hado hasta Culiacan en lo que pensamos era la Mar del Sur. Si, fui testigo y ayudante de sus milagros y curaciones, pero también participé de sus privaciones y sus fríos, sin dejar de lado las múltiples ocasiones en las que difícilmente hubieran sobrevivido de no haber sido por mi condición de esclavo; gracias a mi fuerza física, a mi intuición con las plantas de esta tierra y a mi comunicación con los indios, los árboles y los animales.

Así, luego de volver de esos largos ocho años de vagar por tierras desconocidas y en apoyo a las desmesuradas narraciones y ambiciones de los cristianos, heme aquí de nuevo, soy parte de la expedición que busca las doradas ciudades de Cíbola y Quivira. Quien otro para guía sino yo, Estebanico el Negro, convertido de momento en Capitán. Salvo que ahora, en esta segunda expedición, los blancos saben de mis poderes para hipnotizar a los indios y mi habilidad para hacer curaciones y magia; lo que no saben es que ya aprendí también a hacerlo a ellos. Esto es lo que he ganado al apoyar las historias desmesuradas de Cíbola y Quivira.

Al paso de los días y la continua marcha rumbo al norte, los acontecimientos se hilvanaron a su voluntad, como había aprendido a hacerlo entre los indios: moviendo algo dentro de su cuerpo para liberar el tiempo que él deseaba. El primero fue el hermano Honorato, otro religioso en la expedición, enfermó y hubo de dejarlo en Petatán. Luego, el codicioso e imaginativo fray Marcos, quien decidió quedarse en Vacapa y averiguar
según él con los indios los secretos de la tierra ; en realidad ahogado por la duda, el miedo y el cansancio que no lo dejan continuar. Muy orondo lo mandó seguir adelante, con orden de recorrer de cincuenta a sesenta leguas y detenerse si encontraba alguna población importante. Luego las cuidadosas instrucciones, repitiéndolas una y otra vez como si se tratara de un infante: enviar una cruz de un palmo con algún indio si se trata de un pueblo de tamaño considerable, de dos palmos si era grande y de mayor tamaño si acaso fuese mejor que las de la Nueva España.

Semanas después llegó un indio con una cruz enorme y le dijo al asombrado religioso que el Negro estaba en la primera de las siete ciudades de Cibola, distante unas 30 jornadas de allí. El codicioso franciscano se puso en marcha de inmediato. Por el camino él y los hombres de la expedición encontraron toda clase de informes fantásticos haciendo que las distancias se disolvieran entre sus deseos y las maravillas que escuchaban: las ciudades de Cíbola tenían efectivamente casas con techos de oro y sus habitantes se vestían con camisas de algodón ceñidas con cintas de turquesas, pero para alcanzarlas había que ir más allá de donde llegaba la mirada, más al norte. Así que el franciscano prosiguió, atravesó enormes desiertos y extensas llanuras, llegó hasta Nuevo México, llamado así porque este lugar era más rico que Temistitan. Finalmente, encontró a uno de los Pimas de regreso que acompañaban al Negro, les contó la prisión y ajusticiamiento del Estebanico por el rey de una de las ciudades de Cíbola. ¿La causa? Cuando el Negro dijo representar a los hombres blancos, según el Pima, les pareció una soberana estupidez viniendo esas palabras de quien venían: lo asaetearon a muerte, despedazaron su cuerpo y luego se lo comieron los indios principales.

Sobrecogido por la noticia de la muerte de Estebanico, el religioso encabezó unas rápidas exequias en memoria del esclavo que los había traído hasta aquí y afanoso, Fray Marcos decidió seguir adelante y así llegó a las proximidades de la primera de dichas ciudades. La contempló desde lo alto, sin atreverse a entrar en ella por temor a que lo mataran y que se perdiese la noticia de tan extraordinario descubrimiento. Más tarde escribiría al virrey: “No entré a Cíbola pero la he visto desde lejos; desde la cumbre del cerro a cuyo pie se extiende una ciudad hermosa y formidable, con sus casas de techos planos y sus muros de cal, piedra y canto. Los habitantes duermen en camas, usan arcos para la caza y la guerra, y por todas partes como material de uso corriente o como adorno, vense esmeraldas y turquesas....Usan vajillas de oro y plata, porque no tienen otro metal... el oro es de gran uso y más abundante que en el Perú...” y así por el estilo. Además le comunicó al Virrey que desde la altura del cerro había tomado posesión “en nombre de don Antonio de Mendoza, Virrey y capitán General de la Nueva España, de todas las siete ciudades y de los reinos vecinos de Totonteac, Acus y Marata...”.

Pero el franciscano sólo vio lo que quería ver: su propio espejismo, porque lo que a Fray Marcos le pareció más grande que la capital de México no era sino un pequeño y miserable poblado Zuñi y las paredes de adobe amarillento de las casas reflejaban el sol como si fueran planchas de oro. Tras bautizar el lugar como Nuevo Reino de San Francisco, el fraile volvió a México contando maravillas de tales ciudades, de esas que no se habían encontrado en todas las exploraciones por las Hibueras ni por la Florida.

El retorno de Fray Marcos de Niza a la ciudad de México fue apoteósico y sirvió para alimentar de nuevo las expectativas de mayores riquezas y también -hay que decirlo- almas para la conversión. Con rapidez fue organizada otra expedición que con gran pompa se dirigió una vez más hacia el norte, esta vez al mando de un cercano al virrey: Francisco Vázquez de Coronado. Para su desgracia, a medida que avanzaban según las indicaciones del religioso, se fue descubriendo que no había nada de riquezas y ni siquiera ciudades o indios que los ayudaran con víveres, convirtiéndo así la expedición en una pesadilla. Mandó de regreso al mitómano franciscano y prosiguió el viaje perdiendo cada día más las esperanzas de encontrar algo de valor.

Durante su exploración, los indios le dijeron que en Cíbola un negro había sido muerto y que un jefe indio tenía uno de sus perros, semejante a los que llevaban ellos. Cuando preguntó a un indio que había estado en Cíbola si allí había gente semejante a los españoles, le respondió que no, "excepto un negro que llevaba en los pies y en los brazos ciertas cosas que sonaban”. Más adelante Coronado decidió enviar tres grupos a explorar una mayor extensión del inmenso territorio, uno de esos grupos se dirigió hacia arriba del río Pecos. Ahí se encontraron con un indio de las llanuras al que apodaron El Turco "porque parecía uno", quedaron fascinados con sus cuentos sobre una increíble tierra rica que se hallaba más allá hacia el este, llamada Quivira. Las historias del Turco volvieron a traer la esperanza de encontrar grandes riquezas, pero la expedición tendría que esperar hasta la primavera. La tropa pasó el invierno en Tiguex en donde los indios al principio fueron amables, luego, su actitud cambió debido al abuso de los principios de hospitalidad y amistad por parte de los cristianos. Hubo enfrentamientos y los españoles mataron a los habitantes de un pueblo y obligaron a los indios a abandonar otros.

En la primavera de 1541 el ejército entero por fin se dirigió a Quivira guiado por el Turco. Luego de 40 días de marcha y sin hallar nada, Coronado ordenó regresar a Tiguex a la mayoría de su ejército, para seguir adelante él con tan solo treinta hombres. En Quivira volvió la desilusión cuando encontraron tan sólo casas de zacate y al descubrir por fin la gran mentira y el engaño de que habían sido objeto todos, desde el mismo Fray Marcos por parte del El Negro hasta ellos mismos con los cuentos de El Turco. Este confesó que la historia de Quivira era una conspiración de los indios para inducir a los cristianos hacia las llanuras con la esperanza de que murieran de hambre: cuando terminó su historia el Turco fue ejecutado. Coronado, con sus sueños de fama y riqueza destrozados, llevó a sus hombres de regreso a la Ciudad de México en la primavera de 1542.

Mientras tanto, a muchas leguas de ahí, a orillas del río Mayo, cuatro indias ayudaban a otra en su trabajo de dar a luz a un niño que llevaría el nombre de Aboray. El niño será mulato y tan alto como su padre. Este espera afuera de la choza mientras mata el tiempo con sus recuerdos, juguetea en sus manos con un cascabel atado a una pluma de colibrí, el último y único vestigio de su vida pasada, la que terminó el día que se puso de acuerdo con los indios Pimas que lo acompañaban para que lo dieran por muerto y para que siempre, ante las preguntas de los cristianos, señalaran al norte, siempre más allá. "Que se pierdan en donde nunca encontrarán ni oro, ni turquesas ni ningún estrecho que una los dos océanos. Solo hay que decirles que la riqueza, la que está bajo sus pies y que no quieren mirar, está más allá, siempre más allá..." El llanto de un recién nacido rompió no solo sus pensamientos, algo se movió en el interior de su cuerpo y le descubrió que ya no estaba él ahí o más bien, que ya no era él.

Al otro lado de la mar océano, una rudimentaria imprenta terminaba el primer ejemplar de un libro titulado Naufragios, el autor, Alvar Nuñez Cabeza de Vaca.


***

Decidió dejar el texto reposar antes de una última revisión, abrió su cuenta de twitter y comenzaron a fluir en la pantalla los gorjeos de la gente virtual:

@leeoMusic
Cría Kleenex® y te secaran los ojos.

hace 30 minutos


@ZombieMann: "Donde se compra el Alz-Heimer? Es para olvidarme de ti...”

hace 30 minutos


@Frank_lozanodr Te levantaré tus faldas de ortografía.

hace 28 minutos


@Arrobadora No sé ustedes, pero a mí se me figura que eso del 69 es pura mamada.

hace 25 minutos


@Endreus Yo abrazo tan fuerte los corazones que sin querer los rompo.

hace 20 minutos


De nuevo el corazón le dio un salto. La tuitera que tanto lo inquietaba parecía que le contestaba sus mensajes, pero no arrobaba y entonces dejaba en el aire la certeza de que fueran dirigidos él. No podía comprobarlo, pero algo le decía que sí era una respuesta dirigida a él.



@alekza Sería mejor decirte lo que siento en 140 posiciones, los caracteres qué.

hace 15 minutos



@alekza No hablo muchas lenguas me conformo con sentirlas.

hace 12 minutos


@alekza A mí ábreme las piernas, la puerta qué

hace 9 minutos


@alekza Yo soy la luz pero tu eres mi mi sombra preferida

hace 5 minutos


... de nuevo se topaba con esa tenue frontera entre el coqueteo y el "a ver quien se pone el saco", esa era una de las primera lecciones que aprendía en twitter: la impunidad de lo virtual, disfrazada de mayor comunicación. Y sin embargo, su intuición insistía: aquella muchacha había llegado en forma de mágica coincidencia, ese era el verdadero mensaje a descifrar.


La vida llena de experiencia amorosa no lo había vacunado, más bien le parecía una droga que ya no le podía faltar, el síndrome de abstinencia era apenas la nostalgia de lo que podía ser.


Cómo si el mundo virtual le respondiera, apareció en la pantalla un mensaje antes de que cerrara la máquina:


@JRobles_Mal Cría recuerdos y te sacarán nostalgia.

hace 10 minutos


martes, 6 de diciembre de 2011

Soy un Negro Historiador

4


“Deberían pensarlo dos veces antes de quedarse dormidos

con la luna llena sobre su cara: se dice que puede causar

pesadillas, locura e incluso ceguera” Moon Gazing


BUENAS TARDES... Soy un negro historiador. Soy historiador porque cuento historias, relato sucesos y acontecimientos y narro aventuras, amores y desamores. Me gusta tanto la historia, que hasta la convierto en verbo. Entonces solamente me pregunto: Si yo historio y él historia, entonces ¿Por qué no todos pueden historiar?

Sí, también dije Negro, un escritor negro es aquel a quien le pagan para hacerlo en nombre de otros. Ni yo mismo me acuerdo ya de cómo caí en manos de los tratantes de esclavos. De alguna manera y sin saber csu personalidad fue otra cosa pa negro y toda la cragadenas que lo atana al remo. cluso cweguera"ómo, me fueron encadenando a diferentes trabajos, en los que fui aprendiendo a darle voz a diferentes personajes: desde laudatorias biografías de políticos en campaña hasta altos ejecutivos vendiendo imagen. Vidas laborales convertidas a golpe de palabra y teclado, en narraciones atractivas para el comprador. También fueron de mi autoría varios slogans publicitarios, muchas presentaciones de discos y libros y la promoción de varias guías para destinos turísticos vueltos exóticos a balazos de adjetivos bucólicos y cachondos.

Aprendí a pulir el estilo expositivo de folletos de divulgación gubernamental y a veces hasta manché y rasguñé las acciones de algún enemigo ajeno en cartas al Director. He redactado cientos de recomendaciones de libros que creo es lo que mejor hago o por lo menos lo que más me gusta hacer. A cambio, entre la escasa recompensa, está sin duda los momentos de verdadero placer que me proporcionan los prólogos y los pies de foto de los libros de arte; no se diga la redacción de traducciones y pequeños artículos que subo a la red cuando puedo y tengosu personalidad fue otra cosa pa negro y toda la cragadenas que lo atana al remo. cluso cweguera"gog tiempo. Así que cuando se me presentó la oportunidad de escribir como Doble de mano de un famoso en Twitter, no lo pensé mucho y acepté: fue como subir a las galeras de un barco del que nunca podré romper ya las cadenas que me atan al remo.

Pero antes de que llegar a este punto, debo decir que con toda esa experiencia que les he dicho y con el tiempo, me convertí en experto Doble de mano como yo prefiero ser llamado: eso de Negro tiene toda la carga humillante que resuena en la palabra. Pero también debo decir que luego de ser tantos personajes, lo que para mi formaciósu personalidad fue otra cosa pa negro y toda la cragadenas que lo atana al remo. cluso cweguera"n fue excelente ejercicio, para mi personalidad parece ser otra cosa: sin darme cuenta he comenzado a deslizarme cada vez más pronto dentro del sujeto que “doblo” o en el tema del trabajo: comienzo a convertirme en múltiples Dobles de Mano. Lo divertido que puede sonar -sin duda- vivir tantos y variados personajes, en el subconsciente, el resultado puede ser desastroso.


***

Las sombras inquietas danzaban entre ellas sobre la pared, lo hacían al compás de las veladoras titilantes en lo alto del viejo ropero de cedro de la abuela. La madrugada de un insomnio infantil. Horas antes el nieto había acompañado a la anciana caminando hasta la catedral en el Zócalo, había que recibir la bendición del último día del año en las veladoras que se usarían en el siguiente, le explicó en el camino mientras él cargaba una charola vacía. En la penumbra escuchó que el abuelo se removía un poco para acomodarse en su cama y esta se quejó.


Las sombras y el movimiento de la pequeña flama insuflaron de vida el retrato del General Porfirio Díaz quien desde la pared mostraba orgulloso sus medallas, y la respiración en su pecho las hacía vibrar. Una veladora protestó cuando la cera derretida amenazó con ahogarla, pero a él le pareció el crujido de una crinolina o quizás el chasquido de un broche de corsé: los aromas y tibiezas del harem familiar respirados en su infancia penetraron todos sus poros inoculándole los cuerpos de sus primas y hermanas. Su mejilla recorría lentamente los muslos de las jovencitas que se reían excitadas, mientras él solamente abría sus pequeños ojos de vez en cuando, para mirar un cielo lleno de encajes y aberturas de tela blanca envolviendo el paraíso de su infancia.


El cuerpo del pecado y el tabú comenzó a endurecerle el cuerpo y toda el alma: el ansia le llenó la imaginación, tenía que salir a clavar...

… No, en realidad ese chasquido era en la nuca, y lo que provocaba era que su cerebro diera un giro, como si el lado derecho empujara al resto de la masa cerebral y eso provocara o permitiera que el raciocinio dejara de controlar toda su vida y todo lo que hacía o dejara de hacer. Era la posibilidad de hacer lo que se quiere, pero no te lo has permitido. … El escozor doloroso en las nalgas era la memoria de los castigos del colegio en Yorkshire en su infancia y se trasmutaban en un placer y deseo, algo que debía compartir. El rostro afable entonces era ya la máscara que le permitía acechar mejor.

... y entonces salía a clavar....


CONJUGACIÓN DE LO OTRO fueron las palabras que le vinieron a la mente cuando tomó las llaves del auto, luego, con gran cuidado abrió la cochera. Sin hacer ruido pero en realidad sin saber cómo, logró que nadie en la casa notara su salida. Cruzó el umbral, el seco crepitar de la grava bajo las llantas al maniobrar en reversa le comenzó a parecer ya la otra realidad. Volteó por un momento hacia las puertas en movimiento mientras sus dedos sobre el portero automático las cerraba y luego arrancó. Lo primero era huir del lugar, así que se encaminó a la salida más cercana de la ciudad.

Aún era muy densa la noche cuando llegó al primer semáforo, encendió el estéreo y metió el disco que había tomado horas antes mientras preparaba un pequeño equipaje mínimo para el viaje. No hubo conciencia en él de porque ese disco y no otro. Avanzó con la luz verde y la música comenzó a escucharse acompañando la emoción común a todo viaje iniciado al amparo de la madrugada: Seres de la noche que salen a pasear al mundo. Sonidos metálicos de sintetizador daban pie al arco sobre las cuerdas de los cellos. Voces alegres de pequeños hombres dando palmadas y subiendo de tono con la gravedad de las cuerdas. Fue instantánea la imagen acompañante: calles semidesiertas por temor a la epidemia. Si a esa hora escaseaban los autos ahora no se veían: qué mejor imagen para el fin del mundo que la ausencia de autos y multitudes en las calles. ¿La melancolía al inicio de un viaje sin retorno?

Desde sus tiempos de vendedor foráneo se había acostumbrado a subir gente a su auto, sabía que nadie le haría daño y además necesitaba dinero, sobre todo luego de que en la tienda de la que acababa de salir, regalara varios miles de pesos a un desconocido noctívago que frente a la caja registradora escarbaba sus bolsillos para pagar la cuenta. No queriendo esperar más en la fila, él sacó un fajo de billetes, pagó la compra de sus refrescas y golosinas para el camino, dejó el cambio al empleado y el resto lo sacó de su cartera para dárselo al sorprendido desvelado que no podía creer tanta belleza.


No sabía cómo, pero siempre que necesitaba dinero para gasolina y comer en el camino, siempre se presentaba alguien dispuesto a viajar, charlar por unas horas y pagar unos pesos por subir a un auto al que difícilmente se subirían en toda su vida. Se dirigió a una gasolinera poco antes de la caseta de cobro y ahí ya lo esperaba una figura en pantalones ajustados, con chamarra, gorra y una pequeña maleta. Primero pensó que era un muchacho pero luego descubrió era una chica viajando de autostop. Casi siempre el primer viaje que daba era gratis. Lo descubrió en ese momento, nunca se lo había preguntado, nunca.


Viajar por la noche en la carretera era una experiencia muy cómoda y placentera, sin dejar de tener su buena dosis de peligro y de misterio. SK recordó como años atrás había aprendido a detectar en los pueblos y ciudades, los focos llamativos a unas cuantas cuadras de las carreteras señalando el prostíbulo del lugar. Más que recuerdo eran sensaciones de esa música que quería ser voluptuosa a fuerza de cadencias tropicales. También le parecía que más que una imagen, era la sensación que querían trasmitir los vestidos entallados, cortos algunas veces y casi siempre decadentes por haber visto mejores tiempos.


Ahora se transitaba por veloces autopistas que nunca atravesaban ningún pueblo ni ciudad de cualquier tamaño. Simplemente eran dos oscuros carriles escoltados con señales y vallas: amarillos y blanquinegros en destellos fáciles de detectar por quienes podían viajar a más de ciento cincuenta kilómetros por hora. El invisible paisaje literalmente era devorado por las ventanillas del auto.


Durante las horas de continuo fluir entre esas líneas fosforescentes y a través de un largo e interminable túnel, la esponjosa oscuridad dejaba ver de vez en cuando cualquier cosa. Se acordó de la primera aparición que tuvo en la carretera a Oaxtepec. Tremendo susto se llevó cuando a las tres de la mañana en el largo tramo recto antes de entrar a la ciudad, salió del cañaveral y se le atravesó una mujer de cabello negro y túnica blanca que se desvaneció en el camellón central de la autopista, por lo menos eso pensó hasta que recordó que esa división no existía. Lo que no desapareció fue la nitidez de lo que había visto: la túnica que literalmente se desvanecía en el aire. Durante mucho tiempo su racionalidad ahogó el recuerdo, pero a través de los años había visto tantas cosas y extraños fenómenos en las carreteras, que ahora sabía que realmente había visto algo que no era producto de su imaginación ni del cansancio de conducir en la madrugada.


En las largas horas al volante durante la noche había visto atractivas mujeres que caminaban solas al filo de la carretera, hasta que algún iluso las levantaba solamente para ser asaltado más adelante. Autos descompuestos, viajeros irresponsables sin luces de aproximación ni señales de descompostura. Amables traileros y anuncios disparatados o curiosos, humildes focos desnudos con el anuncio de talacha, junto a las increíbles ofertas de los políticos. Terribles accidentes y extrañas luces en medio del desierto. Animales y pájaros de todo tipo, sombras en movimiento del oscuro mundo de la noche. Un otro mundo que pocos conocen e imaginan.

Así pasaba el lapso sin tiempo de penumbra hasta que de pronto, ese mundo era roto por el primer rayo del amanecer, su hora favorita. Se detuvo en la tienda de conveniencia de la gasolinera para comprarse café bien cargado y dulce. Volvió a montar el auto y buscó un lugar para detenerse en la carretera: ver como avanzaba el amanecer a destellos de azules y amarillos pintando las montañas y convirtiendo todo el paisaje en una realidad que minutos antes no existía ni estaba ahí. El mundo que terminaba, dejaba apenas un rastro de nubes desmadejadas por el viento.

¿En dónde lo había leído? ¿Quién decía que las montañas tenían grandes alas? Era una imagen bella sin duda, montañas que volaban y que a veces por capricho se posaban en la tierra causando desastres y temblores. ¿Era un dios indio el que les había cortado las alas? El caso era que finalmente al evitar el vuelo de las montañas, se había logrado la estabilidad de la tierra, a cambio, las alas se convirtieron en nubes, las nubes que desde entonces se congregan en torno a las cimas y montañas.


Despertó la chica con la que después de platicar unas dos horas decidió dejar dormir plácidamente. Desde la distancia de la roca en la que estaba sentado, con la mano le hizo señas de que había en el auto un vaso de café para ella.

Sabía que de pronto una parte de sí mismo era automática, algo que funcionaba sin pensar. Era como una reacción a un estímulo externo que ponía en marcha una vibración en el campo energético que lo precedía exactamente antes de que entrara a una habitación, comenzara un asunto o diera inicio a una relación. Era justo el momento que creaba el mundo antes de que él llegara ahí. Se trataba de aprender a usarlo y él llevaba muchos años haciéndolo.


La luna estaba en cuarto creciente, su cuerpo se sintió deseoso, el intenso sueño solamente había dejado un a secuela de noches de insomnio y excitación sexual: al séptimo día salió a matar.



Como les decía, soy historiador porque rescato historias y vuelvo a narrarlas, intentado siempre hacerla mejor. Si los demás no quieren dedicarse a trabajar en eso perfecto, pero por lo menos deberían entonces de aprender a hacerlo bien cuando se ven obligados a hacerlo. Tengo la terrible suerte de que la gente me tome por el tacho de sus basuras más personales, una simple cubeta que encuentran en su camino para vomitar. Es cuando descubro que si bien puede haber historias muy interesantes, el gran problema está en que la mayoría de la gente no las sabe narrar. Dan vueltas de aquí para allá, quieren contar lo que más les gustó y se tropiezan en la relación de los hechos. Repiten una y otra vez los estribillos y quieren comportarse según las pautas dictadas por lo que escuchan en las pantallas. Termino por parecer yo el apuntador de su vida,… ¡al que tampoco hacen caso por estar posando para la cámara!


Pero no debo quejarme aunque me duela. El dolor que siento desde el bíceps hasta la muñeca me molesta por tercer día consecutivo, la tristeza y el dolor de cabeza se hacen crónicos. Demasiadas horas con las manos en el mouse de mi vieja computadora que no puedo cambiar por un ordenador de voz. Demasiada memoria de tiempos ya idos y que no volverán. Todo sirve para complicar, para hacer difícil y doloroso el volver a trabajar cuando en realidad preferiría quedarme en mi pequeño departamento, encerrado en este pequeño rincón cerca del cielo que siento es lo único que me protege de la otra soledad; pero tengo que salir, tengo que hacerlo, para eso me pagan en el Comité Organizador del Gran Aniversario Nacional.

***

En la portada de la libreta se veía una luna creciente de rostro inexpresivo y rodeado de estrellas. Era un diario para el observador de la Luna o como decía su abuelo, un almanaque lunar. Abrió la libreta al azar, con los ojos cerrados, como si fuera el Libro de los Cambios. Aparecieron las anotaciones hechas en el papel muchas lunas atrás:

¿Para quién escribo esto? Cuando Winston Smith inicia sus anotaciones el 4 de abril de 1984, se pregunta: ¿Para quién estoy escribiendo este diario?; y su primera respuesta es: Para el futuro,… ¿para los que aún no han nacido?. Y en ese momento, se le presenta el dilema de cómo será el futuro, ya que si se parece al presente nadie le pondrá atención a sus palabras. Si el futuro fuera distinto, lo escrito, carecería de todo sentido para ese tiempo por venir.

En medio de la sordera generalizada de la sociedad le invade a uno el mismo sentimiento que a Winston, se vuelve uno un fantasma solitario diciendo una verdad que nadie nunca oirá. Casandra del siglo XXI al igual que Winston, se escribe ya no para hacerse oír, sino para poder permanecer cuerdo y decir que se escribe en una época de uniformidad, desde un tiempo de soledad, desde la época del Big-Brother, la edad del doble pensarb b… b b… b b!


EL OTRO DEL NAUFRAGIO

¿En qué momento había comenzado a exagerar la historia de su caminata? ¿Cómo se había ayuntado con la leyenda de Cíbola y Quivira que Fray Marcos quería creer? ¿Era la simple venganza del esclavo que había vuelto de un largo naufragio, cautiverio y errancia de años, solamente para ser de nuevo regalado y enviado como guía en la nueva expedición?

Una ciudad de paredes de plata y techos de oro. Sin duda era una desmesura pero ¿Acaso importa eso en medio de la geografía fantástica de una realidad que se niega a transformarse?

Hey you… the nigger!!

(continuará)