miércoles, 14 de diciembre de 2011

Zona de Penumbra

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EN LA ZONA DE PENUMBRA era donde todo había cambiado, esa fue la noche del choque en la carretera. Salvó la vida de milagro y el estado en el que quedó la troca no lo desmentía. Obligado durante varias semanas a esperar la reparación de su camioneta se descubrió sin darse cuenta, caminando como impelido a ver el horizonte. Fue en esa observación de los atardeceres inmensos y el frío amanecer de Gomez-Palacio, que se le ocurrió la idea de darle uso a aquel terreno que le había heredado su padre y que él, en su desinterés juvenil y viajero, había dejado abandonado.


Pidió prestada una troca a un conocido y se fue a localizar la olvidada herencia. Ya en el lugar le llegaron los borrosos recuerdos acompañando a su padre a visitar el lugar. Una montaña a su derecha que rompía la inmensa planicie y una represa un poco más abajo, en donde terminaba el camino, le decían algo a su cuerpo. Pasó buena parte del día localizando las mojoneras y los accidentes del terreno que marcaban los linderos. Ya de regreso, se sintió contento y hasta olvidó el cansancio de haber removido la maleza con machete y limpiado y nivelado con pico y pala unos cuantos metros cuadrados. Fue como poner pie en el lugar.


En las siguientes semanas lo mandó limpiar y construyó una alambrada. Luego contrató un pocero para la excavación de varios metros en busca de agua y él mismo tomó de nuevo la pala y el pico para participar en esa búsqueda que luego de los quince metros le dio resultados. A la siguiente semana escogía en un vivero, árboles para sembrarlos en el inmenso terreno cubierto de chaparral y vegetación propia de la zona.


Con la camioneta ya reparada, sus visitas se hicieron más frecuentes y le permitieron apreciar el lugar y sus espectaculares cielos estrellados, acampando una noche lo descubrió. Al paso de los meses ya tenía una pequeña bodega en donde guardaba herramientas y materiales. Luego comenzó a buscar un maestro de obra que le diera suficiente confianza como para encargarle la construcción de una cabaña. Así, lo que había avizorado pocos días después de su accidente en la carretera, se convertía en realidad poco a poco y sin que él tuviera plena conciencia de lo que estaba sucediendo.


De forma similar, se encontró desarrollando nuevos bríos en su espíritu comercial, comprando y vendiendo los más disímbolos objetos y metiéndose a lejanas rancherías en medio del desierto del Mapimí, allá eran auténticas novedades las cosas más simples y sobre todo le dejaban una buena utilidad. Sus ganancias comenzaron a crecer y contra la costumbre, ni se le fue en pisteadas con los amigos ni en la preparación para irse al otro lado. En realidad, lo que ocupaba su pensamiento era hacer crecer y producir la tierra para algún día hacer un negocio mayor.


De alguna manera aprendió a no esperar que la gente fuera o pensara como él, de hecho descubrió y terminó por aceptar que la mayoría de la gente lo hacía de una manera completamente diferente. Su descubrimiento no fue fruto de la meditación sino resultado de su vida cotidiana. Trabajaba en serio para colonizar aquel terreno, lo mismo haciendo viajes con su camioneta para comerciantes y rancheros, que transportando cerdos de las granjas al matadero. Algo difícil de olvidar porque el desagradable olor que dejaban los cerdos se le impregnaba desde la piel hasta los huesos. Los pantalones vaqueros traídos del otro lado se consumían en poco tiempo, desgastados por el clima y el trabajo cotidiano en los campos del norte. “Aquí no se puede uno sentar a esperar a que la fruta caiga del árbol. Aquí, si no trabajabas tu tierra y te preparas para el invierno no sobrevives cabrón” se decía, mientras descargaba materiales y mercancía de su troca. Así se pudo hacer de otro vehículo a buen precio, para casi inmediatamente cambiarlo por otro mejor y luego ya tenía otros dos.


Un conocido le pidió prestado para rentar un local y vender lonches. En su lugar, él se hizo socio y con su simpatía atrajo aún a más clientes, por no mencionar que para las mujeres también fue un imán y ellas a la vez atraían a más clientes. El lugar creció y comenzaron a pensar en poner otro allá en Lerdo y luego quizás otro en Torreón. Y todo aquello no era el resultado de algún cuidadoso o meditado trazo de planes, era más bien el acto de realizar y conseguir lo que intentaba.


Un día recordó un sueño de su infancia. Un sueño que de diferentes maneras había cruzado a lo largo de toda su juventud: la imagen de una casa con porche, frente a un lago y rodeado de árboles. Ahora que de alguna manera lo había hallado, sintió que era como la confirmación de la realidad de su recuerdo. Fue entonces que descubrió la manera en la que se había comenzado a conseguir los recursos para colonizar y arreglar aquel enorme terreno. No supo porqué, pero en el tiempo lo asoció con el momento cuando había chocado en la carretera, un instante quizás de distracción o de sueño en ese punto perdido en los límites de su natal Durango y el estado de Coahuila. El cuerpo se le estremeció con el recuerdo.

***


Todo había sido como uno de esos raros destellos en la oscuridad de la noche, por lo menos algo muy parecido a lo que se decía y se imaginaba la gente en esos días cuando el hombre recién había llegado a la luna. Cualquiera que escuchara las noticias o viera la televisión podía imaginarse algo, si el Apolo 13 por poco se quema en el espacio, ¿Por qué no podía una nave espacial de los gringos estrellarse en aquella inmensidad? Una inmensidad que solo los geólogos se atrevían a datar: muchos millones de años atrás había sido el lecho marino del Mar de Tethis.



El 13 de julio el estrepitoso megáfono a vuelta de rueda anunciaba la gran noticia local: Jaime compró el diario de Durango atraído por la primera plana: “El cohete de EU cayó cerca de Ceballos”. En unas cuantas líneas daba cuenta de que un cohete había perdido el rumbo durante un experimento en Nuevo México para caer en este lado de la frontera. En los siguientes días mientras visitaba las rancherías perdidas en el desierto vendiendo su mercancía, Jaime fue recabando información de aquel destello en la lejanía acompañado por un enorme estruendo, según le contaron los campesinos de San Felipe. Unos pensaban que había sido un meteorito, para otros, una típica tormenta eléctrica en el desierto. El asunto ya comenzaba a ser olvidado al paso de los días; seguramente se hubiera borrado por completo de no ser por la llegada de militares provenientes de la X Zona Militar de Chihuahua al mando del coronel Vázquez.


A pesar de su presunto deseo de discreción, el terreno a explorar era tan vasto que no tuvieron más remedio que recurrir a campesinos y pastores para que ayudaran a localizar los restos del artefacto extraviado. La maldita nave militar había sido lanzada desde una base militar en Green River en la lejana Utah, rumbo a White Sands en Nuevo México; sin razón aparente decidió de pronto seguir su vuelo hasta el otro lado de la frontera y perderse en esa zona desértica compartida por tres estados méxicanos. Dos semanas después fueron localizados entre la laguna de Palomas y el rancho Santa María en Chihuahua. Las notas en la prensa fueron cortas pero dieron pie a los rumores y luego a las afirmaciones convencidas incluso de quienes no habían visto siquiera el destello. A los pocos días hubo quienes con verosimilitud, ya contaban de la nave cayendo en llamas para perderse en el desierto.


Comenzaron en las ciudades capitales y las lujosas oficinas de gobierno los arreglos diplomáticos, técnicos y militares que permitieran recuperar los seguramente hierros retorcidos y equipos carbonizados del Athene, como se llamaba la nave extraviada. Mientras tanto, la curiosidad de Jaime pronto dio paso a su participación directa en el asunto y fue precisamente su grupo de exploradores quienes localizaron el misil perdido, con la proa enterrada entre la arena y en un remoto paraje al que solo se podía acceder por infames brechas conocidas por los lugareños. Fue Jaime quien primero como voluntario explorador tuvo la ocurrencia de organizar un grupo que "cuidara" los restos. Muy pronto ya estaba formada una fuerza local encargada de proteger el misil de ladrones y buscadores, lo encabezó Jaime a quien al poco tiempo todo mundo se dirigía como “capitán”


Apenas llegaron los gringos advirtieron de posibles y misteriosos peligros, potenciales radiaciones y mefíticos humos que saldrían de aquel aparato si alguien se exponía a ellos sin la protección adecuada. Con una rapidez inaudita y un despliegue técnico nunca visto en la región, los gringos construyeron -trabajando noche y día- una pista aérea en medio del desierto para bajar sus equipos de comunicación, luego, treinta kilómetros de una vía de tren que comunicó el improvisado campamento con un ramal de la vía de ferrocarril que atravesaba cerca de Carrillo. Para Jaime fue buen negocio llevar y traer algunos víveres y avituallamiento para los constructores y soldados.


Luego, con la misma rapidez excavaron, empaquetaron y trasladaron los restos de la nave y sus instrumentos, cargaron todo por aire y tierra llevándose hasta la arena del lugar y buena parte de los durmientes y restos de la construcción. A partir de ese momento no fue difícil para Jaime alimentar los rumores y aderezarlos con su rica imaginación de ranchero, en la búsqueda de hacer negocio y construir su sueño. Pocos habían estado tan cerca de todo el asunto, así que fue fácil cuando los visitantes comenzaron a llegar: curiosos buscadores de ovnis y periodistas deseosos de aumentar el tiraje local, enviando notas a la capital con fotos de botellas de cocacola como prueba de la presencia militar yanqui. Todos interesados en platicar con el jefe de aquel grupo de vigilantes y guías de la zona, con “el Capitán” que había encabezado ese extraño grupo autodenominado “los rurales” y se había anotado el triunfo de localizar las nave.


La historia que Jaime había escuchado dos años atrás en Allende en los límites con Chihuahua, sobre un meteoro que también cayera en el desierto, pronto se convirtió en su relato, en una piedra espacial "inteligente" que demostraba las virtudes magnéticas y misteriosas de esa zona del desierto. Afirmaba con lujo de detalles que el tal meteorito había esquivado un satélite de los rusos, luego había dado una vuelta al mundo para finalmente aterrizar en el Mapimí. Curiosamente, pocos pusieron en duda lo que Jaime contaba y si bien muchos lo creían por ignorancia, eran mucho más quienes quedaban seducidos por aquel hombre, cuya piel morena requemada por el sol de las tierras del norte revestía un agradable rostro mestizo de ojos oscuros con mirada inquisitiva y soñadora. Para ese entonces, ya convencía a la gente sin que esta se diera cuenta.


Los restos de la excavación las vías del tren y la pista, al paso de los meses ya comenzaban a ser cubiertas por la arena, y Jaime y sus muchachos retomaban sus actividades en Lerdo y Torreón pasada la novedad del cohete perdido en el desierto, cuando llegó el alemán. Hubert Gross era el rubicundo hombre que confirmó otra faceta de las habilidades de Jaime aprendidas como comerciante: intuir lo que la gente desea y luego decirles lo que quieren escuchar.


El alemán aquel era un enamorado del país que trataba de recorrer y conocer hasta los últimos rincones de México, buscando lugares que casi nadie conociera. Era un explorador en la mejor tradición del barón de Humboldt. El fruto de sus primeros viajes fue la fundación de una revista para divulgar un México Desconocido: rudimentarias fotografías de viajero pero lo suficientemente atractivas, con algunos textos que intentaban retratar el color local y sobre todo, un anzuelo para los espíritus libres de la juventud posterior al 68 y que comenzaban a recorrer el país en vochitos y casas de campaña.


A Jaime le pareció extraño que sin conocerlo, el alemán llegara preguntando por él ¡A él mismo! Lo sintió como un gringo inocentón aunque con su tamaño le decía que tampoco se podía jugar con él. Luego le pareció chistoso que viera encanto y belleza en aquel desierto. En todo caso se abrió de ánimo para ver lo que el extranjero veía, en aquello que para Jaime era su mundo cotidiano. Al calor de la cerveza, que el alemán no se cansaba de comparar con la de su tierra, la charla fue caminando entre curiosidades y lugares del rumbo poco conocidos, lo que dio pie a que ambos imaginaran y compartieran la vista maravillada de un sitio turístico: los pequeños y grandes negocios que podían florecer, el cambio que podía significar dar empleo a aquellos labriegos empobrecidos y dejados por la industria minera que había existido hacia mucho en la región. Con más cálculo que inocencia, Jaime vio como los pequeños trozos de metal, los meteoritos de los que hablaba el alemán y que abundaban en el desierto, se convertían en guías, viajes y comidas, en pepitas de oro para la venta a turistas y visitantes, y por qué no, hasta un hotel para recibirlos. Para Jaime era su rancho pero sobre todo, se abría la posibilidad de ser ofrecidos a la Guaracha para que se casara con él. Porque si algo era definitivamente importante para él era la Guaracha, y para la Guaracha, algo era muy importante: el dinero.

***

Al terminar de leer las menciones, los mensajes directos y los últimos 15 minutos de su TL, llegó a la conclusión de que tendría que aprender más rápidamente los códigos de comunicación de esto que llamaban las redes sociales.


Pensó que se podía interactuar con aquellos a quienes decidió seguir, pero un famoso historiador y politóogo le hizo ver que el “aquí todos somos iguales” mantenía el típico “pero unos somos más iguales que otros”: el señor solamente seguía e interactuaba con sus amigos. "Pero si eran los mismos que veía en conferencias, cenas y viajes de turismo académico ¿qué de nuevo podían decirse en twetter?" se preguntó a sí mismo.


También se sorprendió cuando repentinos flirteos femeninos no iban más allá de las 48 horas, y que los besos y amores que posteaban muchas tuiteras eran tan banales como estereotipados: le pareció como el hablar “con papas en la boca” que se le atribuía los estudiantes de cierta universidad privada: tópico de comportamiento social convertido en política correcta. Una buena manera de hacer presencia sin riesgo alguno, pero tan falso como el status aquel.


Por las noches aquello cambiaba. Era cuando se ponía su traje de explorador y se metía a la selva informática de los geeks y los noctívagos. Por allá una Maquibélica que bien a bien él no entendía porque había comenzado a seguirlo y mucho menos porqué no lo había dejado de seguir: muy poco en común y ella no se dignaba interactuar. Estaba el grupo de los ingenieros, los apasionados de destripar los objetos y descifrar las configuraciones del software o las novedades del hardware; eran como sus colegas del siglo XIX: en la frontera del mundo conocido y felices con la riqueza de lo inexplorado.

Destacaban los poetas vampiros y darketas de rostros maquillados que en algún momento se resbalaban con el empaque usado de un gansito en su territorio. Estaba obviamente el agente de seguridad nacional en los chequeos acostumbrados y de rutina para detectar cualquier amenaza potencial a la seguridad nacional. No podía faltar el provocador disfrazado de camarada y casi siempre con el discurso más radical para embaucar incautos: infiltrarse en la red era más fácil que en los viejos tiempos de la represión y el clandestinaje.


Cuentas falsas con nombres en doble sentido y que maltrataban a sus enemigos sin clemencia: de la violencia verbal construían sus grandes bases de seguidores. Tantos, como la ternura inspirada por los incautos, los “tontos útiles” como les llamó uno de sus santos varones, la carne de cañón tan indispensable para el motín y la revolución: el coro y el público que mira extasiado al Bailarín que desde el escenario le avienta al mundo su superioridad moral. En contraste, encontró -a pesar de lo escaso- algunas luces intelectuales y de espíritu, sólo que antes se le atravesaron las amazonas de aquel mundo fantástico de la twitter: las tuiteras como alekza que se colaban en su TL en un coqueteo tan virtual como mortal:

@alekza ya deberías dejar que te complicara la vida tantito #NoTeVaaDoler

hace 5 minutos

este no traía arroba, pero lo había subido inmediatamente de un mensaje escrito a ella, y apenas se trató de acercar, ella escurrió el bulto hábilmente:

@alekza El problema conmigo es que no se escucharme, me confundo y la verdad es que no sé qué es lo que quiero, ni lo que espero.

hace 2 minutos

Luego de protestar airadamente vía DM, ella le dio su e-mail y concertaron una cita. Pasaron su primera noche juntos, en una larga plática de 7 horas vía skype!


(próxima entrega: hasta que la Muerte nos Repare)

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